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La santidad

Por el Pastor Carlos Cancino Campos



En un mundo en el que la conformidad y la homogeneidad son valoradas, la perspectiva cristiana nos recuerda que la verdadera esencia de la santidad radica en la singularidad de Dios. Él es santo y apartado, y esa distinción se refleja en su creación. La unicidad divina establece un estándar inalcanzable para cualquier cosa creada. El Espíritu Santo, a pesar de ser un espíritu, es igualmente santo y diferente. La Tierra Santa es un recordatorio tangible de lo que significa ser apartado para Dios. La santidad de una persona o un lugar encuentra su fundamento en Dios, quien nos hace diferentes por su propia esencia.


En nuestras vidas, cada encuentro con Dios transforma y distingue. Su toque divino imprime su singularidad en todas las cosas que Él crea y renueva. Sin embargo, esta diferencia puede provocar temor en aquellos que no están dispuestos a aceptar lo desconocido. Así como tenemos temores terrenales, algunos temen a Dios por su naturaleza única. Amar y temer a Dios simultáneamente no es contradictorio; es una respuesta genuina a su infinita grandeza y diferencia en comparación con nuestras experiencias humanas.


En la petición inicial del «Padre Nuestro», Jesús nos enseña a orar por la santificación del nombre de Dios. Esta petición trasciende los límites de la cultura y la oposición, señalando la unidad en la reverencia a Dios. Aunque el cristianismo a menudo enfrenta resistencia, Jesús sigue siendo un imán de amor y odio. Esta dualidad se basa en su singularidad: mientras algunos son atraídos por su amor y gracia, otros se sienten incómodos ante su diferencia divina.


La narrativa de Marcos 4:35-38 revela la autoridad de Jesús sobre las fuerzas naturales, mostrando que solo su palabra es suficiente para calmar las tormentas de la vida. Sin embargo, su poder provoca asombro y cuestionamiento. ¿Por qué tememos lo que es diferente? Jesús desafía nuestras expectativas, al igual que lo hizo cuando llenó las redes de peces en el mar de Galilea. La presencia de lo divino en nuestras vidas puede ser desconcertante, como lo sintió Pedro, pero esta incomodidad es la manifestación de la diferencia de Dios obrando en nosotros.


La distinción que Dios infunde en nuestras vidas debe provocar incomodidad en un mundo conformista. Nuestra singularidad no surge de logros personales, sino de haber sido tocados por el Diferente. Si no causamos incomodidad en este mundo, es posible que estemos cediendo a la presión de la uniformidad en lugar de abrazar nuestra llamada a ser diferentes en Cristo. Como cristianos, estamos llamados a abrazar nuestra singularidad en Dios y reflejar su santidad a un mundo necesitado de su amor transformador.



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