Por el Hno. Elvis Santana
I. INTRODUCCIÓN.
Nuestra sociedad occidental ha ido cambiando la forma en que nos relacionamos frente a quienes están en autoridad, si lo llevamos al ámbito de la familia, podemos ver como la relación entre padres e hijos ha ido evolucionando hasta llegar al extremo en el que ya no existen apegos o respeto hacia los padres.
Si ese mismo ejercicio lo llevamos a nuestra relación con Dios, nos daremos cuenta de que esto no es muy diferente y que probablemente es la razón por la cual vemos a las nuevas generaciones de discípulos y creyentes indiferentes y apáticos ante Dios.
II. OBJETIVOS.
Mi objetivo principal esta mañana es poder sembrar en cada uno de nosotros la inquietud por apreciar y dimensionar la importancia que debemos darle a la Persona frente a la cual nos presentamos cada vez que oramos, adoramos, cantamos, escuchamos o hacemos uso de las Sagradas Escrituras; para que así podamos rendirnos, servir y honrar de manera genuina al Señor nuestro Dios.
III. DESARROLLO.
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Mateo 6. 9 – 10; Reina-Valera 1960
1. Dios es nuestro Padre.
(Nunca se le había llamado PADRE a Dios) No es antojadizo o azaroso que Jesús comience enseñándoles a orar a sus discípulos con estas primeras frases, en estas palabras el Maestro nos ubica con respecto a Dios, no nos pone a la par porque no somos iguales a Dios, pues Él es la autoridad por sobre nosotros (y esto es para los que somos hijos, no somos iguales a nuestros padres pues ellos son autoridad sobre los hijos) por lo tanto debemos dirigirnos a nuestro Padre con el RESPETO del que es DIGNO.
Es impresionante la manera en que solemos llegar a nuestras reuniones para adorar, sin rendirle el RESPETO, la DEVOCIÓN, la OBEDIENCIA que debemos darle al Señor nuestro Dios, nuestro PADRE; llegando sobre la hora, por no decir atrasados, con una actitud de desánimo y desgano frente nuestro Dios y Padre, como si Él tuviera la obligación de darnos de comer, o de vestir como queremos hacerlo, o de llevarnos donde nosotros queremos estar. Muchos dan por hecho que Dios nos bendice y punto, que Dios responde y punto, pero no le debemos nada más que cantar una vez por semana durante una hora y sentarnos a escuchar el mensaje mientras revisamos el celular o nos distraemos con el niño que sale al baño 2 o 3 veces durante la exposición de la Palabra.
Crecí en una generación en donde nos enseñaron que la autoridad del papá y la mamá son incuestionables, que ellos no son amigos nuestros sino que son nuestros padres, que sus decisiones son las que dirigen el devenir de la familia y que al estar bajo su techo debemos acatar sus reglas y si esto es un problema, la puerta era ancha para salir y muy estrecha para volver porque involucra arrepentimiento y asumir las consecuencias de nuestros actos.
Nuestro Padre Celestial nos dio a conocer sus reglas y están escritas en las Sagradas Escrituras para que podamos recurrir a ellas cuando es necesario recordarlas para no pecar contra Él, y si pecamos podemos volver a Él arrepintiéndonos y asumiendo las consecuencias de su disciplina, porque Dios nuestro padre “…disciplina al hijo a quien ama.” Tenemos un Padre Celestial que nos ama y su habitación está en el cielo. (salmo 123. 1)
2. Su nombre sea santificado.
Santificar es, literalmente, «poner aparte para el uso o propósito especial», en sentido figurado «hacer santo o sagrado», y etimológicamente del verbo latino sanctificare que a su vez se deriva de sanctus «santo» y facere «hacer» por lo tanto, el nombre de Dios es SAGRADO; al ser así no debemos nombrarlo a la ligera o bromeando o como amuleto, la palabra del Señor dice:
No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
Éxodo 20. 7;
Reina-Valera 1960
No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque Jehová no dará por inocente al que tome su nombre en vano.
Deuteronomio 5. 11; Reina-Valera 1960
Entonces Moisés dijo a Aarón: «Esto es lo que el Señor dijo: “Como santo seré tratado por los que se acercan a Mí, Y en presencia de todo el pueblo seré honrado”». Y Aarón guardó silencio.
Levítico 10. 3; Nueva Biblia de las Américas.
3. La iglesia es una extensión del Cielo en la tierra.
El texto «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra»; encierra un contexto que va más allá de sólo hacer lo que Dios nos manda que hagamos, dentro de esta frase encontramos el deseo de obedecer, respetar y sentimientos cómo la devoción, el amor y el compromiso que debieran inspirarnos a entregar nuestras vidas a una continua adoración, alabanzas y gratitud hacia nuestro Señor por el sólo hecho de que Él es Dios.
¿Acaso Jesús nos quiso enseñar que para acercarnos a Dios lo hagamos como se procede en el cielo?
En una ocasión el pastor Josías Grauman en el marco de la Conferencia Expositores 2021 presenció la interpretación del himno ¡Cuán Grande es Él! En la voz del tenor Philip Webb, luego de mostrar una expresión de satisfacción y gratitud por lo que había oído citó una frase del pastor Jonh McArthur referente a la adoración en los cultos que encierra una gran verdad:
«muchas congregaciones a menudo quieren imitar al mundo para traer al mundo a la iglesia, nosotros debiéramos esforzarnos en prepararnos para el cielo.»
El apóstol Juan nos relata en apocalipsis 7. 9 – 10 una visión formidable donde Nuestro Dios y su Hijo, nuestro Redentor y Señor Jesús son adorados por una gran multitud de todos los pueblos, de todas las generaciones y en todos los lenguajes; entregando Alabanzas a viva voz.
Sin el afán de ser pretencioso quisiera plantear que debemos, todos los días; buscar agradar al Señor haciendo su voluntad, presentando nuestra gratitud, nuestra devoción, nuestras alabanzas y por sobre todo nuestro amor; como se hace en el cielo, también aquí en la tierra. No debemos olvidar en este contexto que Jesús es el Rey y Señor de su Reino y todos nosotros somos sus siervos, que Dios le dio un nombre que es «Sobre Todo Nombre, para gloria de Dios el Padre».
IV. RESUMEN.
1. Dios es nuestro Padre y debemos apegarnos a sus mandamientos y estatutos para que nos vaya bien. Su habitación está en el cielo. (salmo 123. 1) no hay un lugar más DIGNO de su presencia que la santidad en la que habita.
2. Su nombre es sagrado, no debemos usarlo de amuleto, muletilla, no debemos usarlo en vano.
3. La iglesia es una extensión del Cielo en la tierra.
a. Por lo tanto se hace la voluntad de Dios del mismo modo que se hace en el Cielo.
b. Debemos adorar como se adora en el Cielo.
V. Conclusión.
Estas últimas semanas hemos sido movidos por el Señor a ser guiados por el Espíritu Santo, a reconocerlo como Dios porque es Dios. Hemos sido llamados a confiar en el Buen Pastor que es nuestro Señor Jesucristo y a diferenciar entre ser ovejas de su rebaño o cabritos en medio de este. Pero también nos llama a darle el Reconocimiento, Honor y Amor a nuestro Dios y Padre Celestial porque el es Digno de Recibirlo.
Somos llamados, hermanos y hermanas; a rendirnos ante el Único Dios Verdadero representado en la Trinidad, a no formarnos un “dios” a la medida de nuestras necesidades o conforme somos prosperados.
Hay un solo Dios, Creador de todo lo que existe, Él hizo todo mediante su Palabra (Jesús es el Verbo de Dios) y nos habla hoy por medio de su Espíritu Santo.
Podríamos profundizar más a cerca de la paternidad de Dios o de lo que Jesús por medio de la oración con la que enseñó a orar a sus discípulos, o sobre la obra del Espíritu Santo, pero sólo quiero detenerme en que debemos Honrar, Servir, Amar, adorar, reconocer la majestad del Dios eterno cómo se hace en el Cielo; también aquí en la Tierra, porque nuestro Padre Celestial es Santo.
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